Hoy visualizamos visiones aparentemente diferentes de posicionarse ante la educación: por un lado los que quieren construir el “hombre nuevo” y combatir al “capitalismo cognitivo” (sic) a través de la “concientización” de los alumnos y por ello piensan a las instituciones como “campo de batalla cultural”; frente a ellos, los que pretenden que se enseñe en “valores permanentes” que preserven a los niños en el seno familiar y evitar que sean devorados por el “caos” de la “ideología de género”.
Estas dos tendencias parecen antagónicas, pero en verdad tienen un objetivo común: trazar una estrategia donde a través de contenidos, formas e instituciones se divulgue una visión única de conocimiento.
Frente a ellos, me atrevo a confrontar ideas desde una postura pedagógica vareliana y comparto 5 principios por los cuales creo que es necesario continuar el proyecto laico iniciado por el Reformador. Me apoyo también en lecturas de gran parte del pensamiento pedagógico nacional, donde descollan las figuras de José Enrique Rodó, Pedro Figari, Carlos Vaz Ferreira, Antonio Grompone, Reina Reyes y Julio Castro.
1- La educación laica se basa en el libre pensamiento y la crítica a los dogmas
No hay verdades reveladas ni destino fijado. La educación laica se basa esencialmente en la crítica y la búsqueda de evidencias siempre parciales y vulnerables. Aprender y enseñar son procesos que se encuentran en un espacio determinado (aula, patio, portal educativo, examen) y son llevados adelante por personas esencialmente libres, entre las cuales no hay más objetivo que construir un vínculo respetuoso que haga expandir sus conocimientos.Estos van más allá de meras representaciones técnicas o tecnológicas e incluyen a la integralidad de cada ser humano: lo ético, lo estético, lo político, lo corporal, lo científico y lo emocional.
Ese punto de encuentro educativo, imposible de reducir a un mero aprendizaje expresado en una calificación, al tocar todas las fibras de los involucrados debe ser respetuoso, amable, casi sutil y por lo tanto, tiene que evitar cualquier tentación de presentarse como la verdad.
.2- Problematizar el mundo y a uno mismo
La educación laica es una apuesta a la generación de miradas problematizadoras en un mundo global y multicultural. Si la apuesta de los padres fundadores de la educación nacional fue la promoción de un ciudadano para la república, hoy ese desafío se ve complementado con la necesidad que cada estudiante se inserte comprensiva y críticamente en un mundo cada vez más integrado.Nuestro país necesita de ciudadanos que asuman identidades nacionales plurales e integradoras, a la vez que debe habilitar a través de la educación de cada niño y cada joven, a apreciar la diversidad de un mundo que tiene problemas y soluciones solamente posibles en una perspectiva global.
.4- La agenda de derechos ocupa un lugar central
En el primer punto lo expusimos: la clave de la educación laica es el antidogmatismo y su método central es la problematización. Seguimos en este sentido cuando afirmamos que la integralidad de la formación exige pluralidad. Solo así se asegura que no haya temas ni miradas censuradas.De esta manera la laicidad es un espacio donde todo puede ser analizado y cuestionado, incluso aquellos conceptos que a priori, se pueden pensar más “privados” o “íntimos”.
La clave es que esos temas, problemas o posturas, pasen por el proceso de análisis, debate, búsqueda de datos y esencialmente, se traigan a la escena educativa para que enriquezcan el proceso de formación del alumno y no que sean una excusa del docente para hacer valer una postura tomada a priori.
El mundo privado debe ser resguardado, esa es la diferencia entre una sociedad totalitaria y una república, pero eso no quiere decir que no sea puesto en debate y estudio en los procesos educativos.
Abogamos por una educación laica en los desafíos del siglo XXI. Es para nosotros, método, concepto y espacio para la formación de personas libres que desde pequeñas, vivan y construyan sus derechos.